“Dije no. Pero él no paró”
De Ana, que se esconde en el anonimato, abusó la persona en la que ella más confiaba y, cuando se atrevió a denunciar, la justicia no le creyó. Creó un cómic para contar su historia
Si te roban el bolso, y vas a denunciar, basta con decir que tus cosas han desaparecido, que no sabes más, que te despistaste un momento y se lo habían llevado. Si lo que vas a denunciar es una agresión sexual, o un abuso, la cosa cambia. Ahí media no solo la denuncia, sino un reconocimiento ginecológico de urgencias y forense en el hospital. Obviamente. El robo de un bolso y una violación no tiene nada que ver; el hecho de compararlos es la normalidad con la que se asume que a una mujer le hayan podido robar la cartera, frente a la desconfianza que, todavía, a veces existe cuando se abre la puerta de una comisaría para contar una violación. La cuestión es, ¿qué creemos y qué no?, ¿por qué nos es fácil creer ciertas cosas?, ¿por qué seguimos desconfiando de otras?
Esto lo contó, en nombre de Ana (una mujer real que llegó a España como refugiada) la Asociación de Mujeres de Guatemala. Lo hicieron bajo una campaña denominada #YoTeCreo, en su nombre y en el de todas las víctimas sexuales, y como parte de la batalla contra la falta de credibilidad. Su objetivo: concienciar sobre la injusticia y la revictimización a la que se ven sometidas las mujeres agredidas y sobre cuya palabra recae constantemente la sospecha. También se hace con la intención de contribuir a combatir los estereotipos sobre el consentimiento y sus límites en las relaciones sexuales —lamentablemente para la prensa e instituciones pesa el “mito” de las denuncias falsas—.
Ana cuenta que dijo no, siempre dijo no, con palabras, con lágrimas, con forcejeos. Él nunca paró. Y aunque no recuerda cuándo exactamente, sus fuerzas para seguir negándose se agotaron: «Mi ánimo se quebró y mi voz se ahogó. Para él fue una victoria y ya no hubo límites. En la que fue mi primera experiencia sexual, Siddhartha M. me violó. Me obligó a llamarle “amo” y a repetir que yo era “su puta”. No cumplir sus órdenes conllevaba un castigo». La obligó a ver porno para aprender a hacerle felaciones: «Después decidió acabar en alguno de mis agujeros, lo que resultó en una penetración por vía anal. Ató un cinturón alrededor de mi cuello, me hizo andar a cuatro patas, desnuda, y mirarme al espejo para reconocerme como su perra». Después la amenazó, y la atemorizó, diciéndole que si lo contaba, todo el mundo pensaría que era «una puta».
Al final, Ana optó por creer en la justicia. «Me equivoqué. El proceso fue devastador. Pasé por varios abogados y psicólogos que ni comprendieron ni creyeron mi historia, como tampoco la creyó la jueza del caso. Me acribillaron a preguntas que no buscaban esclarecer los hechos, sino convencerme de que era yo la culpable». En su caso, la denuncia fue desestimada. Se alegó que es muy raro que una víctima de violación tenga estudios universitarios o acuda a manifestaciones contra la violencia machista.
“Como sociedad no se cree en ellas: vale más cualquier otra prueba que su testimonio», apunta Mercedes Hernández, presidenta de la Asociación que lanzó la campaña. Señalan, en nombre de todas, que “creer o no a las mujeres puede marcar el camino a la resiliencia”.
Fuente: Lula Gómez. EL PAIS (http://elpais.com/elpais/2016/12/15/mujeres/1481821863_538656.html) revisado el 12-06-17.